Lis Solé
El vizcaíno Don Juan Francisco Ibarra
Estancia "Santa Paula" de General Alvear, Buenos Aires
Hay lugares y nombres que vienen desde tan lejos que es muy difícil saber su origen y es lo pasa con la estancia "Santa Paula" de General Alvear, nombre que recuerda a la esposa de un vizcaíno, un español que llegó a estas tierras justo con la creación del pueblo Esperanza, en 1855.
Cuando pasa el tiempo, se tiende a minimizar el esfuerzo sin tener verdadera dimensión de lo realizado por otros, personas que en este caso emigraron hacia otras tierras. Juan Francisco Ibarra, el dueño de "Santa Paula" había nacido en Gordexola, Vizcaya y verdaderamente es difícil imaginar la partida de la patria, el desgarramiento que se siente al abandonar a la familia y amigos, el tener que dejar la tierra donde uno nació, con su aire, su perfume, sus pájaros y animales.
Generalmente, al intentar recrear la desgarradora partida, se pierde la fortaleza y valentía que necesitaron estos hombres y familias para empezar en una tierra totalmente distinta, con horizontes planos, con trabajo a montones en distancias sin medida, con otro idioma, otros peligros y gentes.
Muchos fueron los vizcaínos que llegaron a la zona y que haciendo gala de gran valor se instalaron en estas tierras y en particular, en el cuartel VI de General Alvear, entre los parajes de Los Chúcaros y El Chumbeao, en la orilla este del arroyo Vallimanca.
Actualmente, cuando uno viaja hasta este lugar, la lejanía sobrecoge y humedece los ojos, los caminos de tierra y en malas condiciones mantienen los dientes apretados por los pozos y la frustración siendo imposible entender de dónde esta gente sacaba las fuerzas para llenarse de coraje y hacer lo que, en estas épocas y aún a pesar de los avances tecnológicos, nadie quiere hacer que es vivir y trabajar solo en el campo.
LA LLEGADA A BUENOS AIRES
Primero fue cruzar el océano durante días en condiciones bastante lejanas a las que proporciona una travesía de placer y luego, empezar a trabajar en lo que fuera, dormir donde se pudiera para, al fin, aventurarse tierra adentro.
Juan Francisco era hijo de don José María Ibarra Galíndez y María Josefa Otaola Urquijo. Eran cuatro los hermanos nacidos en Gordexola: María Ascensión (1829), Juan Francisco (1834), María Asunción (1837) y Román Ramón (1841). De ellos, los varones son los que vienen a Argentina con menos de 20 años instalándose en Veinticinco de Mayo.
Juan Francisco Ibarra Otaola llegó primero, en el barco "Antonito" proveniente de Montevideo, el 23 de diciembre de 1855 a la edad de 21 años, y su hermano Ramón Román llegó al año siguiente, justamente en el mismo barco "Menay" en el que vino el también vizcaíno marqués de Olaso, paisanos que quizás no sea por casualidad que fueran vecinos en General Alvear.
JUAN FRANCISCO IBARRA EN VEINTICINCO DE MAYO
Como muchos españoles, Juan Francisco se establece en el campo con una pulpería que bien pronto se trasformó en comercio de ramos generales llamado "El Indio", que finalmente construye en la esquina de la plaza de Veinticinco de Mayo, en la calle 27 entre 8 y 9, lugar donde actualmente se encuentran el Museo y la Biblioteca "Juan Francisco Ibarra".
Los testimonios orales documentados relatan que si bien mantenía buenas relaciones con los indios, algunas bibliografías refieren que más de una vez "fue soldado en defensa de los ataques de los malones".
Hay que recordar que para 1855, en Veinticinco de Mayo no existía más que el fortín "Mulitas" con una escasa población que carecía de escuela y médico; el ferrocarril todavía no había llegado y las distancias se recorrían a caballo, en carreta o diligencia. Además, después de la derrota de Rosas en la Batalla de Caseros, comenzaron a deambular por la zona los indios de Calfucurá, que venían arrasando la campaña de General Alvear y Saladillo.
En el año 1859, a poquito de llegar a Veinticinco, el cacique Calfucurá amenazó con arrasar el pequeño poblado de Veinticinco de Mayo, según él, para vengarse del comerciante Juan Basabe. Así que el 29 de octubre de ese año, Calfucurá, con dos mil de sus indios, estaba dispuesto a entrar al saqueo de "Mulitas"; la intención no se hizo realidad gracias a la intervención del sacerdote Bibolini que acompañado por los vecinos, le ofreció víveres, dinero y regalos en un noche infernal donde los indios entraron a las casas llevándose todo lo que les apetecía pero sin matar a ninguna persona.
LA ESTAFETA DE CORREOS Y "LAS PAPELETAS DE CONCHAVO"
Con el comercio de frutos del país (cueros, sal, plumas), Ibarra cada vez hacía más fortuna. Existen de esa época, permisos formales solicitados por los indios para entrar al pueblo a comercializar sus cosas, principalmente la sal, mineral necesario para el curado de cueros y para hacer charque o carne salada.
Esos permisos pasaban por el negocio de Ibarra que era el encargado de la Estafeta Postal y que emitía las "libretas de conchavo", documento también llamado "La papeleta", certificado fundamental para evitar ir preso o a un fortín. La papeleta se estableció con la Ley de Leva que establecía que cualquier varón que careciera de domicilio fijo y no demostrara ocupación con esa papeleta, sería detenido y llevado a cumplir el servicio militar en la frontera.
Esas libretas las expedían las Estafetas Postales y los paisanos debían recurrir a lo de Ibarra no solo por el dinero que sacaban por el comercio sino también por protección, para conseguir esos papeles que ese gaucho o indio trabajaba en algún lugar.
LA COMPRA DE TIERRAS FISCALES
Al poco tiempo, Ibarra renuncia a la Estafeta y compra tierras fiscales con entregas semestrales de dinero arrendando también tierras vecinas de General Alvear, Bolívar, Nueve de Julio y Veinticinco de Mayo.
Específicamente, y según las mensuras consultadas hasta el momento, Juan Francisco Ibarra compra en Alvear en los años 1877, 1878 y 1881 las tierras que tenía en arrendamiento (antes no estaba permitido comprarlas), con una superficie de unas 9.000 hectáreas (Santa Paula) y en Bolívar, unas 40.000 hectáreas, en la zona conocida como "La Vizcaína" hasta donde llegaron después del 1900, las líneas del ferrocarril a las estaciones de Juan Francisco Ibarra y Paula.
LLEGANDO A GENERAL ALVEAR EN CARRETAS
Dura debe haber sido la llegada y la construcción de los primeros ranchos. Como cuenta Domingo Aguerre, -y tal como se observa en el casco de "Santa Paula"-, el rancherío se construía cerca del límite de la propiedad y es por eso que muchos cascos de estancia parecen caerse del plano porque la intención era definir los límites.
El viaje era penoso y lento, trayendo lo suficiente como para armarse de un techo, los muebles esenciales, los empleados para cuidar a los animales, las carretas con lo necesario. Dueños y empleados dormían arriba del caballo manteniendo las tropas rodeadas y excavando pozos para los potreros a pura pala ya que aún no existía el alambrado. Como toda estancia, el caserío debía estar rodeadas de un foso y terraplén donde se pudieran resguardar patrones y empleados en caso de los malones o entraderas. Aún se puede ver el casco en la loma y otro sitio cercano, con distinto pasto, que bien podrían ser los potreros donde estaban los ranchos de "Santa Paula".
CON GANAS DE ARMAR UNA FAMILIA
En 1873, quizás ya con ganas "de sentar cabeza", Juan Francisco se casó en la iglesia San Nicolás de Bari, Buenos Aires, con la joven Paula Florido Toledo (1856 - 1932) nacida en San Andrés de Giles. En la misma iglesia que se casaron, bautizan a su hijo Juan Francisco, en el templo donde flameó por primera vez la bandera argentina en 1812 y que fue demolido en 1931 para la apertura de la Diagonal Norte, en el lugar donde actualmente se ve el Obelisco porteño.
Para esos tiempos, ya había llegado el tren a Lobos así que, seguramente, la feliz pareja fue en tren hasta allí siguiendo en diligencia hasta Veinticinco de Mayo y Alvear, con los muebles y equipaje en carretas de dos ruedas tiradas por bueyes. Juan Francisco en ese momento tenía 38 y Paula, solo 17, joven hija de un hornero italiano de Veinticinco de Mayo.
LA TRAGEDIA LLEGA A LA FAMILIA
Al año siguiente, la familia empieza a crecer así como también las tragedias: nace la primera hija Josefa Valentina que fallece de pocos meses. Quizás y aunque el temor de los malones ya casi había desaparecido, más el fallecimiento de Valentina, Paula decide mudarse a Buenos Aires. El campo todavía estaba convulsionado, quedaban las luchas internas entre Mitre y Avellaneda que finalizaron en 1874, con muchas muertes cerquita de la estancia en los campos de "La Verde".
En 1875 nace una segunda niña, Elena, que también muere infanta; en 1877, llega el ansiado hijo varón, Juan Francisco, y luego dos hermanas más, Laura y Elena que nacen en 1878 y 1881.
El matrimonio no tendría un buen final: en 1882 y repentinamente, falleció don Juan Francisco Ibarra a la edad de 48 años dejando a la viuda con tres hijos de los cuales, Laura y Elena fallecen en los siguientes años con tres y cinco años respectivamente.
LA ESTANCIA SANTA PAULA DE GENERAL ALVEAR
En General Alvear, el casco de la estancia Santa Paula sigue en pie. Es una alta casona de azotea, con un piso de alto al que se accedía por una puerta trampa a la que ya con el fin de los malones, se le agregó una escalera.
Queda una foto antigua de muchos caseríos que rodean la fortaleza y vestigios en el campo como la carnicería, la casa de los esquiladores, huellas de potreros en los alrededores...
Nunca quizás se sabrá si Paula Florido estuvo en esa casa de materiales nobles, asentada en barro y toda enrejada, protegida por los peones y las cuadrillas contratadas. Quizás Juan Francisco soñó con una gran familia lejos de su amada tierra vasca, después de pasar por muchos avatares, desgracias y trabajo pero nadie tiene el futuro comprado. Paula se mudó a Europa y llevó una vida espectacular, de grandes salones pero también de tragedias y batallas perdidas y otras ganadas.
LA DESCENDENCIA IBARRA | FLORIDO
Las vidas de Paula y su hijo son dignas de películas: de sus siete hijos sólo le sobrevivió Juan Francisco Ibarra Florido quién heredó toda su fortuna, gran benefactor que realiza obras y donaciones en nombre de sus padres; Juan Francisco Hijo demuele el viejo almacén "El Indio" de Veinticinco de Mayo y en el mismo lugar, construye una formidable Biblioteca así como el edificio del Museo "Paula Florido".
En Bolívar, "La Vizcaína" sigue su derrotero en manos de administradores con la intervención de su dueño que construye un pueblo completo y lo dona a sus empleados; las tierras son parceladas e Ibarra efectiviza un proyecto de arrendamiento que finalizaba con la "entrega de la llave" o título de propiedad.
La vida de Juan Francisco Ibarra Otaola no terminó con su muerte, sino que se replicó en interminables obras y acciones de su esposa y descendencia que bien valen contar por su originalidad y envergadura. Pero son otras historias...
"Santa Paula" de Juan Francisco Ibarra Otaola.
Al final del campo que arranca en el paraje "El Chumbeao" de General Alvear, los árboles añosos de "Santa Paula" hablan de sus más de 150 años de historia.
Ahora ya se conoce su primer dueño y fundador: un vizcaíno que llegó con muchas ilusiones; que vivió con indios y gauchos; con comerciantes y estancieros; que intentó formar una gran familia en este suelo de horizontes planos cortados apenas por estos árboles inmensos plantados por aquellos que como él, vinieron a vivir en la pampa alvearense.
Fuentes consultadas:
- Domínguez Soler, Susana T. P. de. Instituto argentino de ciencias genealógicas. Tomo 31. Número 258. Marzo Abril 2010. Buenos Aires. Gentileza Walter D'Aloia.
- Edelberg, Gregorio. Planos catastrales de 50 partidos de la provincia de Buenos Aires. Buenos Aires. 1922.
- Los Vascos en Argentina. Fundación Vasco Argentina "Juan de Garay".
- Darragueira. Cartas de tierra adentro.
- González Rodríguez, Antonio. Crónica Histórica Documentada de Veinticinco de Mayo, provincia de Buenos Aires. 1954.
- Libro de entrada de pasajeros Puerto de Buenos Aires - Tomo 17 - 2999. Imagen 126 - 23 de Diciembre 1855 - AGN. Barco "Antonito" proveniente de Montevideo.
- Acta de bautismo Juan Francisco Ibarra Otaola. Prof. Cristina del Prado. Universidad Rey Juan Carlos - Madrid.
- Archivo Catastro de Geodesia. La Plata. Juan Francisco Ibarra
- Mensura 45 y 69. General Alvear.
Historias de Doña Paula Florido
Cuando se viaja por la ruta Nacional 205 de General Alvear a San Carlos de Bolívar, el buen conocedor ve claramente después de una curva a la izquierda, una construcción rosada entre viejos árboles. Es una casa de azotea con piso de alto, una pequeña fortaleza que fue refugio de un vizcaíno, don Juan Francisco Ibarra Otaola, “el Puesto rosa” según los paisanos del lugar.
Bajando por una callecita paralela a la ruta que va a “Santa Isabel”, se llega hasta este lugar histórico, de ensueño, con eucaliptos gigantes que no pueden abrazar cuatro personas: es el casco de la estancia “Santa Paula” nombre de una hija, una madre, la esposa de Juan Francisco Ibarra Otaola, madre de Juan Francisco Ibarra Florido, abuela de Néstor Ibarra y tantos descendientes que como ella, llevan en la sangre el amor a la familia y al arte.
Se trata de doña Paula Florido Toledo, joven nacida en San Andrés de Giles pero que se mudó de niña con su familia a la ciudad de 25 de Mayo donde pasó su infancia y juventud que para nada presagiaba un destino de tragedias y tristes desenlaces.
El espíritu inquieto de esta joven veinticinqueña no vislumbraba una personalidad como la que nos llega hasta el presente y que ha sido el estudio de investigadores, la inspiración de los poetas y la admiración de los coleccionistas y artistas.
Su curiosa existencia no hubiera trascendido en Buenos Aires sino por la estrecha relación que mantuvo con el único hijo que la sobrevivió, Juan Francisco Ibarra Florido, quién bautizó con su nombre a las tierras que tenía en General Alvear, la estación “Paula” de Bolívar y el Museo “Paula Florido” de 25 de Mayo.
INFANCIA Y JUVENTUD DE PAULA FLORIDO
Doña Paula era hija de Rafael Irineo Florido, nacido en 1833, -natural de Savona, cerca de Génova, en el norte de Italia,-, y de Valentina Toledo, argentina, nacida en Tres Arroyos también en 1833, hija de doña Juana Manuela Martínez, natural de San Nicolás de los Arroyos.
Doña Juana, nacida en 1804, vivió más de cien años y con motivo de su nonagésimo cumpleaños, en 1894, la familia se reúne en 25 de Mayo, en la casa familiar enfrente de la plaza principal, y de ese acontecimiento se conserva una fotografía con su hija Valentina, su nieta Paula, su bisnieta Manuela Barros Florido y demás familiares.
Los padres de Paula se casan en San Andrés de Giles, pueblo donde nacieron sus hijos Paula, Pedro, José y Rafael y son censados en 25 de Mayo en 1869, dueños de una “olería”, como dicen los españoles a los que tienen taller de alfarería. En el mismo Censo, don Rafael aparece “de profesión hornero” porque poseía una fábrica de ladrillos, empresa que estaba en auge en esos tiempos de tanta construcción y progreso.
La historia popular aunque sin veracidad comprobada, cuenta que Juan Francisco Ibarra, un vizcaíno que había venido a Buenos Aires con 13 años junto a su tío Otaola, se llega hasta los hornos de don Rafael como cliente en la compra de materiales. Es allí donde conoce a Paula con la que se casa el 18 de enero de 1873 cuando la joven tenía 17 años, siendo sus padres los padrinos y testigos de casamiento por ser menor de edad.
AMORES Y TRAGEDIAS DE PAULA FLORIDO
Hasta acá todo bien. Pronto nacen sus dos primeras hijas Josefa Valentina (1873) y Elena (1875) pero con gran dolor, las dos fallecen al poco tiempo de nacer así que el matrimonio viaja a Buenos Aires donde nace un saludable varón, Juan Francisco, bautizado en Buenos Aires en la Iglesia San Nicolás de Bari, el 7 de Julio de 1877.
Al año siguiente, nace Laura, el 27 de mayo de 1878, ahijada de Rafael Florido y doña Catalina Laporte de Ibarra, argentina, casada con don Ramón Ibarra, hermano de Juan Francisco y quién se hará cargo a su muerte del almacén de ramos generales llamado “El Indio” que estaba frente a la plaza de 25 de Mayo, hoy Biblioteca “Juan Francisco Ibarra”.
Hasta acá, Paula pierde sus primeras hijas a muy temprana edad pero si se lee sobre su vida, se observa que fue signada por la desgracia ya que una y otra vez se repetirá la pérdida de sus hijos, maridos y nietos, en situaciones tan difíciles de entender como su entereza rayana en la frivolidad que necesitó para sobreponerse a cada tragedia.
PAULA FLORIDO, VIUDA POR PRIMERA VEZ
En 1881 y después de perder las dos primeras hijas, su marido Juan Francisco Ibarra Otaola se enferma de gravedad; en medio de la incertidumbre, nace otra niña que bautizan también con el nombre de Elena, siendo sus padrinos los esposos Lauro Galíndez y Elena Domínguez. Galíndez, -dueño de la estancia “Tres Bonetes” junto a Federico Álvarez de Toledo y José Atucha-, está estrechamente ligado a la historia de General Alvear porque figura entre los vecinos que piden la creación del fuerte “Esperanza”, lindero con José Portugués de la estancia “Nueve de Julio”.
La alegría de la llegada de Elena no dura mucho ya que a los 39 días del nacimiento de Elena, el 11 de julio de 1881, fallece Juan Francisco Ibarra Otaola, a los 49 años de hepatitis intervísica. El matrimonio sólo había durado ocho años.
Sola y con tres hijos, Paula hizo construir un gran sepulcro a su marido y sus pequeños hijos fallecidos. La bóveda se destaca en el cementerio de 25 de Mayo por su tamaño pero principalmente por su belleza: ocho columnas corintias rodean el espléndido edificio de casi ocho metros de altura y rematadas con angelitos en lo alto, rodeado de bellas estatuas de doncellas en las esquinas. La profusión de los adornos exteriores es comparable con la delicadeza de cada detalle y revelan una construcción esmerada y admirable en su perfección.
Con la muerte de su esposo, Paula es heredera de propiedades en General Alvear, 25 de Mayo, Bolívar, 9 de Julio y Bragado que quedan a cargo de su padre Rafael y su hermano Rafael Florido (h), quienes los arrendaron asegurando la renta. El almacén de Ramos Generales quedó a cargo de su cuñado Ramón Román Ibarra mientras Paula intenta reacomodarse a la nueva realidad.
Pero las desgracias no habían finalizado: su hija Laura fallece en 1883 en 25 de Mayo de bronquitis y con sólo cuatro años y a los pocos días, Elena también enferma y fallece “de una epidemia” en 1883 -seguramente de cólera-, por lo que Paula decide alejarse de 25 de Mayo y viaja con su madre y el pequeño Juan Francisco a Buenos Aires.
CON EL SEGUNDO MARIDO EN BUENOS AIRES
En Buenos Aires, Paula recomienza su vida integrándose a la vida social de la gran ciudad y es allí donde conoce al periodista español Manuel Vázquez Barros de Castro, conocido como Manuel Barros. Manuel Barros fue un gran periodista en Argentina y en Cuba donde vive hasta 1871 que es cuando parte hacia Nueva Orleáns. De allí a Nueva York, Inglaterra y Galicia, para regresar a Buenos Aires donde se ocupó de los libros de comercio y secretario de Carlos Casares, el dueño de Huetel, en oportunidad de cuando éste fue gobernador de Buenos Aires desde 1875 a 1878.
En la capital participa con publicaciones en varios periódicos y asiste a reuniones sociales donde entabla relaciones con Paula y… ¡Con la que se casa el 6 de abril de 1884! La pareja parte en viaje de novios a Galicia para visitar la familia del novio que no volvería de España porque Barros fallece el 5 de enero de 1885.
Nueve meses de casados y nuevamente viuda. Paula, embarazada, da a luz a su hija Manuela el 25 de enero de 1885 en Sevilla, veinte días después de fallecer su padre.
Después de estos acontecimientos, uno muy triste y otro especialmente gozoso, Paula Florido regresó a Buenos Aires donde fijó su residencia en el número 228 de la calle Esmeralda, con sus hijos Juan Francisco Ibarra Florido y Manuela Barros Florido.
Por ahí, se creería que con estas desgracias Paula se daría por vencida pero no fue así.
TERCER MATRIMONIO EN “LA VIZCAYNA”
La soltería no era para Paula que se vuelve a casar dos años después, el 7 de septiembre de 1887 y esta vez con un porteño, don Pedro Marcos Gache con quien tiene a su hijo Rodolfo. La nueva residencia de Lavalle 944 se alterna con las estadías en el campo de Bolívar, “La Vizcayna” o en Cosquín, Córdoba, porque Pedro Marcos sufría afecciones respiratorias que mejoraban después de las estadías en Córdoba por su aire serrano y seco.
No hay mucha información sobre Pedro Gache sino en las cartas que se entrecruzan entre Paula y su hijo Juan Francisco. Allí Paula escribe que estando en Córdoba la salud de su marido mejoraba pero finalmente, y ante el desconsuelo de Paula y de su hijo Juan Francisco que la acompaña físicamente o a través de su constante correspondencia, el tercer marido de Paula, Pedro Gache, fallece en Cosquín en 1896.
Del matrimonio queda un hijo, Rodolfo Gache Florido.
EN EUROPA CONOCE A SU ÚLTIMO MARIDO
Paula continúa en Buenos Aires con sus hijos menores, Manuela y Rodolfo, hasta el año 1900, fecha en la que se embarca con ellos a Europa y fija su residencia en Paris viajando por muchas ciudades europeas. En esos viajes y con 43 años, Paula conoce a su último marido, José Lázaro Galdiano, quizás por Bruselas, Venecia, París o Roma y de ese tiempo existen cartas de ambos donde demuestran un gran afecto que termina en
casamiento en Roma, el 19 de marzo de 1903, cuando Paula contaba con 45 años.
Los testigos son su hijo Juan Francisco y su esposa María Justa Saubidet. Con este matrimonio, el nuevo esposo Lázaro mejoró su reputación como coleccionista al que accedió con entusiasmo Paula. Lázaro compra en nombre de su esposa un hermoso terreno en el centro de Madrid y comienzan a construir una enorme mansión que se inaugura en 1910 con el nombre de “Parque Florido”, casona diseñada para ser centro de actos sociales y culturales.
LA VIDA EN “PARQUE FLORIDO”
Parque Florido se construyó con sumo detalle, amueblado según el gusto y parecer de Paula y alhajada con numerosas obras de arte y objetos refinados, con el fin de servir de marco precioso a una vida más reposada aunque socialmente muy activa.
En los suntuosos salones con techos pintados a mano, se recibían a personalidades españolas y argentinas en reuniones que se describían con detalles en las páginas sociales de la prensa madrileña que alababa las maneras distinguidas y don de gente de la anfitriona. Paula se transforma en una gran coleccionista, viaja con Lázaro por toda Europa y ella es, -según el mismo Lázaro-, la dueña y propietaria de gran parte de la colección.
Paula se presenta con sus piezas en exposiciones como propietaria y no con el nombre de Lázaro Galdiano. Su hija Manuela se convierte en su compañera siendo una gran pianista y guitarrista que ameniza las reuniones y comparte la afición al coleccionismo de su madre, conservándose de ella la colección de manuscritos originales y la colección de tarjetas postales.
DON JUAN FRANCISCO IBARRA FLORIDO
Quizás tantas desgracias unió cada día más a Paula con su hijo Juan Francisco y ambos se acompañaron con una muy fluida correspondencia que tratan de la renovación de contratos de arriendo de “Santa Paula” o “La Vizcaína”, de problemas de salud y hasta de las dificultades con los empleados. Esas cartas entre madre e hijo son las que dan luz sobre la vida de Paula y que reflejan un amor fraterno lleno de admiración y cariño.
Juan Francisco se casa con Justa Saubidet Gache (sobrina del tercer marido de Paula) y pronto nace su hijo Néstor.
La familia se instala en el campo “San José” de 25 de Mayo alternando sus estudios en la UBA en Filosofía y Letras, y desde el campo, en carta del 2 de enero de 1910, cuenta a su madre que “he pisado mi suelo natal con emoción bien que haya vivido durante tantos años en tierra extranjera, ¡cómo olvidar que es en la propia donde ha corrido nuestra niñez, que es ella la que ha formado nuestro cuerpo y nuestra alma, que ella rige, aun cuando mismos no lo notemos, toda nuestra actividad moral e intelectual!”.
Allí, el pequeño Néstor conoce a su bisabuela Valentina Toledo y a su tatarabuela Juana según cuenta en su carta del 21 de agosto de 1905.
FALLECEN SUS HIJOS RODOLFO GACHE Y DESPUÉS MANUELA VÁZQUEZ
Pero para Paula Florido Toledo, ahora de Lázaro, no habían acabado los sufrimientos. Si bien llevaba una vida de viajes y hoteles por toda Europa, la muerte repentina de su hijo Rodolfo Gache ocurrida el 8 de abril de 1916 cuando contaba con 22 años, golpea fuertemente a Paula.
Su hija Manuela Vázquez Castro y Florido acompaña a su madre en el luto; ella está de novia con José Luis Albarrán y con su madre, dos años después, preparan su casamiento en una fastuosa celebración que da alegría y luz a Parque Florido.
Pero tampoco esta historia tendría final feliz porque, a los 34 años, Manuela y su hijo fallecen en el parto, en 1919.
Naturalmente, los padres fallecen antes que los hijos y la pérdida de hijos y nietos son casi imposibles de sobrellevar. El dolor de una pérdida es inmensa pero Paula parece llevarla con entereza, lucidez y sensatez que admira su hijo Juan Francisco tal como lo expresa en sus cartas.
La casa estaba preparada para reunir a la sociedad de la época y una sección del palacio para vivienda familiar pero ante tamañas desgracias, no volvió nunca más a abrirse y en los pisos superiores, vivió Paula en compañía de Lázaro hasta que murió en 1932.
PARQUE FLORIDO, HOY MUSEO GALDIANO
Es increíble que una pueblerina llegara a ser una dama tan distinguida como Paula Florido.
En Madrid, su casa es un Museo con una colección reconocida en toda Europa.
En el Museo Galdiano, un enorme retrato de más de dos metros de alto la muestra en su espléndida figura bajando de una escalera, -réplica que se encuentra en el Museo Paula Florido de 25 de Mayo-, pero sin embargo, apenas unas líneas se dedican a su persona en comparación con lo escrito sobre su esposo que lleva el nombre de la fundación y del Museo, teniendo en cuenta que la construcción y gran parte de la colección provinieron de la fortuna de doña Paula Florido y Toledo con fondos producto de las rentas de los campos de Buenos Aires que heredó de su primer marido, Juan Francisco Ibarra Otaola.
Paula falleció el 3 de octubre de 1932 por hemorragia cerebral cuando tenía 76 años y fue enterrada en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena cerca de Rodolfo, Paula y José Lázaro, tumbas que por su modestia y descuido no concuerda con el gran patrimonio que dejó a España.
Quizás sea por el interés actual por emponderar a las mujeres que se está rescatando del olvido la importancia de Paula en la historia de Buenos Aires y del otro lado del océano, los guías del Museo Galdiano en Madrid relatan la participación decisiva de Paula en la conformación de las colecciones expuestas, ya sea por su valor económico como por su sensibilidad y delicadeza.
Paula legó todos sus bienes a su único hijo Juan Francisco Ibarra a excepción de la parte que le correspondía de Parque Florido y de las colecciones que las dejó a su esposo.
Entre las obras de arte fruto de 29 años dedicados al coleccionismo se destacan sus abanicos, los encajes bordados a mano, sus colecciones de porcelana y pintura inglesa, las miniaturas, los libros y las partituras originales, colección y propiedad que Lázaro Galdiano dona íntegra al gobierno español.
La vida de Paula fue azarosa: mueren sus hijos, sus padres, sus tres primeros maridos, incluso sus nietos, pero ella consigue seguir adelante y compartir la última parte de su vida junto a su último compañero, Lázaro Galdiano.
Realmente, una vida interminable casi imposible de imaginar.
Fuentes consultadas:
- Peppino Barale, Ana María. Paula Ibarra Florido. Identidad relegada. 2011.
Recuperado de: Paula Florido y Toledo: identidad relegada
- Grau, Mario Agustín. Historia de Veinticinco de Mayo. Recopilación de antecedentes. Chivilcoy. Argentina, 1993.
- Archivo de la Biblioteca “Juan Francisco Ibarra” de 25 de Mayo, Buenos Aires.
- Archivo y fondo documental del Museo “Paula Florido”, 25 de Mayo, Buenos Aires.
- Registro de las Personas de la ciudad de 25 de Mayo.
- Archivo y documentación del Cementerio de 25 de Mayo.
- Revistas y publicaciones del Museo Lázaro Galdiano, Madrid, España.
- Mensuras de la Dirección de Geodesia, La Plata, Buenos Aires.
- Los Ibarra de Bragado. Página Web.
- Entrevistas a pobladores de las estaciones y pueblos de “Paula” y “Juan Francisco Ibarra” de Bolívar.
- Entrevista con el vicecónsul de Argentina en España, Sr. Walter D’Aloia.
- Entrevistas a familiares descendientes de Juan Francisco Ibarra y Paula Florido.
- Material de la colección particular de Daniel Tordó, historiador de 25 de Mayo, Buenos Aires, Argentina.
Un pueblo Francés en Buenos Aires
Los Ibarra son una familia pionera alvearense que tuvieron y tienen aún campos en General Alvear en las tierras de los médanos de Santa Paula, en los parajes de El Chumbeao y Santa Isabel.
No es más que el principio de una larga historia ya que hay mucho para escribir sobre ellos pues sus posesiones y acciones involucraron muchos partidos y cruzaron los mares.
Historias increíbles que trascendieron lo familiar y son parte de la historia de los pueblos.
Espero les gusten.
El pueblo de Juan Francisco Ibarra en Bolívar
Muchas veces, los sueños se hacen realidad, pero no siempre. Algunos son pequeños pero imprescindibles; otros, son sueños que parecen imposibles, casi como demasiado pretenciosos pero que también suelen hacerse realidad.
Es el caso del pueblo Juan Francisco Ibarra, que recuerda el nombre de Juan Francisco Ybarra Otaola, en Bolívar. Su creador, Juan Francisco Ibarra Florido, era hijo de una familia de 25 de Mayo pero que nació en Buenos Aires en 1877, quizás escapando de las epidemias de su pueblo natal, lugar donde ya habían fallecido sus dos hermanas mayores.
Juan Francisco tenía campos que había heredado de sus padres en General Alvear (Santa Paula), en Bolívar (La Vizcaína) y en 25 de Mayo (San José) entre otras muchas propiedades, pero también poseía una cultura enorme y una educación exquisita, un doctorado en Filosofía y Letras y una relación amorosa y artística constante con su madre, Paula Florido, espíritu reflejado en cada detalle de su vida.
Su riqueza material no era comparable con su saber cultural. Dominaba varios idiomas y su vasta biblioteca distribuida a su muerte entre la Asociación Musical de Bolívar y la Biblioteca de Urdampilleta (actualmente se encuentra en Ibarra) y que muestran una colección de más de 4.000 libros en francés, inglés, griego, alemán e italiano, algunos pocos en español, entre decenas de partituras musicales clásicas para piano y canto.
MIRAR EL FUTURO CON OPTIMISMO CREYENDO EN EL PROGRESO
¿Cómo explicar la construcción de este pueblo? Si se estudia la época en la que vivió, se encuentra a don Juan Francisco Ibarra como integrante de la generación del 80, una época que se caracterizó por el optimismo y el convencimiento de un futuro generoso para Argentina con el que se sustanció seguro su pensar.
La Generación del 80 creía ciegamente en el progreso, en el crecimiento económico y la modernización y para ello, el país debía estar en paz y en orden, síntesis del pensamiento liberal y conservador.
Quizás Juan Francisco Ibarra Florido, en este contexto de crecimiento, coincidiera con las ideas de Juan Bautista Alberdi cuando repetía que “gobernar es poblar” afianzando la civilización mientras la Argentina llevaba adelante un modelo agroexportador. En 1899, y ante el avance del ferrocarril, don Juan Francisco Ibarra Florido dona 56 hectáreas al Ferrocarril del Sud y alrededor de la estación, pronto se establecieron los primeros pobladores y changarines en ranchos de adobe que dieron origen al pueblo de Ibarra en 1902.
INSPIRADO EN EL PUEBLO FRANCÉS DE VITTEL
Los antiguos de Ibarra recuerdan a Juan Francisco como un señor canoso, serio y de andar ligero. Su infancia y juventud se desarrolló entre La Vizcayna (Bolívar) y San José (25 de Mayo) completando sus estudios universitarios en Buenos Aires en medio de viajes por Argentina y Europa donde vivía su madre, Paula Florido.
Acompañado y apoyado por ella concluyó sus estudios en Filosofía y Letras; quizás Paula podría haberle sugerido que se hiciera cargo de las propiedades rurales heredadas pero lo conocía bien, sabía de su vocación hacia las letras y lo alentaba para que finalizara la carrera en la Universidad de Buenos Aires tal como sucedió en 1902.
Los campos heredados quedan en manos de administradores y con la renta, Ibarra mantiene una vida holgada junto a su esposa Justa Saubidet que lo acompaña en sus viajes por Europa. Entre esos viajes, se destacan las estadías de verano en la aldea de Vittel, pueblo francés que quedó en el corazón de Juan Francisco y que intentó reflejar en el pueblo Juan F. Ibarra.
Vittel se encuentra en la región de Vosgos, en Francia, una región encantada de bosques y castillos, de pueblos de cuentos de hadas, con arroyos y viñedos donde el canto de los pájaros se mezcla con el ruido del viento entre las hojas de los árboles.
¿Cómo no inspirarse en esos pueblos hermosos y con dinero en mano no intentar reproducirlos en su tierra natal? ¿Cómo no dar forma a los ideales de la generación del 80 de cultura, bienestar y progreso? Quizás muchos dirán que mucho patrimonio tenía y bien podría donar algo, pero la empatía y la caridad no van de la mano de la riqueza sino de las intenciones del corazón.
“VOLUNTAD CREADORA A BENEFICIO DE UN VECINDARIO”
Para su inauguración en 1947, un diario de Bolívar publicaba: “El caserío de Juan Francisco Ibarra, un magnífico exponente de la voluntad creadora a beneficio de un vecindario” . La población de Ibarra ascendía a 2.200 personas que vivían distribuidos en el campo o en las cercanías de la estación y del almacén de Ramos Generales de Ángel Vivanco, postal que se repitió en la mayoría de los pueblos de la provincia de Buenos Aires.
Con ya casi 70 años, don Juan Francisco Ibarra se había entrevistado con unos amigos ingenieros de Buenos Aires que se unieron al proyecto con entusiasmo y así lograron construir un pueblo a semejanza de una aldea europea. Los ingenieros pertenecían a la Sociedad Colectiva “Petersen, Thiele y Cruz Arquitectos e Ingenieros”, empresa que subsiste hasta nuestros días siendo responsable de grandes construcciones en Argentina y también en el extranjero y la mano de obra, estuvo a cargo de una empresa local: “Naranjo Construcciones”.
Como tocado por una varita mágica el pueblo de una totalidad de 16 manzanas, se construyó en sólo dos años. Se comenzó a construir en 1945 y se inauguró en 1947. Cada detalle fue cuidadosamente planificado; los chalecitos tenían techos de teja con grandes jardines separados por cercos de ligustros al estilo europeo distribuidos en un semicírculo perfecto que rodeaba la plaza.
UN PUEBLITO FRANCÉS EN BOLÍVAR
Entrar es asombrarse. Se ingresa al caserío desde la calle que viene desde Bolívar, paralela a las vías del ferrocarril llamada la “Calle de los Plátanos”, una de las especies preferidas de Paula Florido.
A la derecha, yendo para la “María Luisa”, está el primer chalecito, la vivienda y el taller mecánico y, llegando a la esquina, el del herrero con la carpintería y la herrería.
Siguiendo por la “Calle de los Plátanos” paralela a las vías, se construyó la farmacia y el domicilio del farmacéutico y lindando, ya sobre la “Calle de los Olmos”, el consultorio con la sala de primeros auxilios y el garaje del médico.
Vecino del doctor, en el Lote VI, vivía el carnicero frente a la “Calle de los Árboles del Cielo” con una carnicería que disponía de cámara frigorífica y antecámara. Al final de la calle, se encuentra el Pozo de Agua comunitario de 105.000 litros que abastece a toda la población con un tanque auxiliar en la plaza de 35.000 litros que proveía agua y electricidad a la totalidad del caserío.
Enfrente de la carnicería, cruzando la “Calle de los Olmos”, vivía el zapatero remendón, junto a toda su familia y vecinos del almacenero, que atendía un mercado pegado a la panadería. El panadero tenía el local de expendio de pan y masas de confitería y atrás de la casa de la familia, una panadería completamente instalada con sus hornos y mesadas. En la esquina, el infaltable correo , tan importante en esos años cuando las noticias llegaban vía carta o telegrama despachados en los trenes diarios que unían Empalme Lobos y Carhué.
ASOMBROSA CONSTRUCCIONES ENVIDIA DE MUCHOS PUEBLOS
Cuando su inauguración, en el Pregón, el columnista describía el objeto de semejante obra con el objeto “de proporcionar a los colonos de la zona comodidades y esparcimiento” y al final aseguraba que la iniciativa proporcionaba “un ambiente para trabajar con provecho mientras se goza de un sosiego campesino”: un proyecto idealista y casi inexplicable.
Jorge Pérez y su señora Olga, pertenecen a las familias originarias y con verdadero amor y cordialidad cuentan la historia del pueblo y ofician de guías de turismo contando anécdotas y recordando a los pobladores originales intentando encontrar, al igual que los viajantes, el porqué de la existencia del pueblo.
Siguiendo el recorrido por las calles de tierra del pueblito, se llega a la siguiente esquina sobre la “Calle de los Paraísos”, donde se encontraba la peluquería y enfrente, justo dando a la Estación del ferrocarril, el Hotel, una magnífica construcción de dos pisos, centro de un parque extenso y atrás, la cancha de Pelota Paleta, emblema de los pueblos vascos, envidia seguramente de muchos pueblos por su tamaño y hechura, lugar donde se jugaron y ganaron muchos torneos, medallas y trofeos que se guardan en el Club.
Siguiendo por la “Calle de los Plátanos” se encuentra, en el Lote 1, el Destacamento Policial, fin del caserío original que completaba 15 construcciones además de la Escuela que data de 1916, construida en un principio en barro y paja y reconstruida en 1924.
Falta visitar “El Club”, en la plaza principal y con el frente a la estación, donde se levantó el Centro Recreativo con un gran patio con juegos infantiles, hamacas, columpios, paralelas, toboganes, argollas y demás objetos deportivos así como canchas de tenis, de básquet y de bochas.
El Club está construido con materiales de primera calidad y al decir de los pobladores, fue demasiado para el pueblo porque no era necesario ese “Club con tanta cantidad de baños… pero no tenía mezquindad y lo hizo (…) Todo fue hecho a la alta escuela y que no faltara nada… ¡Mirá que en el Club donde está el escenario están los camarines para los artistas con sus correspondientes baños y todo!” (José Bruno).
Sobre la “Calle de los Fresnos”, atrás del Caserío, se encontraba el “Campo de Deportes” con dos canchas de fútbol, una principal con vestidores y baños y otra secundaria para prácticas, centro de reuniones comunitarias ya que los torneos de fútbol convocaban a todo el vecindario.
Sin dudas, nada había quedado al azar.
LA PERDIDA DE ORIGINALIDAD Y PRESERVACIÓN DEL ESTILO
Realmente un sueño cumplido. Pero no del todo. Las casas donadas por don Juan Francisco Ibarra no se escrituraron en su momento por lo que a su muerte, su hijo Néstor Ibarra procedió al remate a cargo de la firma de Adolfo Bullrich y Cía.
Muchos de los habitantes compraron la propiedad donde habían vivido durante años pero otros decidieron mudarse e invertir en Bolívar; las escuelas N° 12 y N° 14 que llegaron a tener 100 alumnos cada una empezaron a despoblarse.
Abandonado por sus dueños, el pueblo ha perdido la “estampa de turismo” de sus años de esplendor y cuidado de cuando el parquero vivía en una casita en la plaza principal y se encargaba de mantener los cercos de ligustros, las plantas de las avenidas y el césped de los parques.
“GANARSE LA LLAVE” DE LA TIERRA
En la historia de Bolívar se destaca que sobre los campos de Ibarra se realizó la más importante subdivisión que hubo en el partido y que involucró unas 40.000 hectáreas.
A partir de 1940 y pico, Ibarra decidió propiciar un sistema de arrendamientos que finalizaba en compra con el pago de cuotas durante 10 o 15 años y que originó para el propio Ibarra, una pérdida de unas mil hectáreas anuales. Como bien dijo un vecino “el que aprovechó la oportunidad, se quedó con el campo” ya que si bien nada es fácil para nadie, finalmente el chacarero terminó con el título de propiedad obteniendo la ansiada “llave”, fruto de su esfuerzo personal y el de su familia.
Lamentablemente, los sueños de Juan Francisco Ibarra no se mantuvieron en el tiempo y el pueblo sobrevive entre la frustración y la esperanza de una decena de habitantes nostálgicos. Las calles con bulevares de plátanos, álamos y fresnos, dan cuenta de una urbanización esmerada y recuerdan la exquisita decoración de “Parque Florido” en Madrid, la educación policultural de Juan Francisco Ibarra Florido y los ideales de la Generación del 80 que llevó a la Argentina a ubicarse entre los países mejores del mundo.
LUGAR DONDE SÓLO SE MARCAN LAS HORAS FELICES
El constructor del pueblo, está presente con sus deseos de esperanza y optimismo al igual que todos los que habitaron y trabajaron en el paraje. Los caminos rurales saben de polvaredas y perseverancia, de sacrificios, de alegrías y tristezas. En lo alto del torre de la plaza está grabado un reloj de sol con un mensaje propio de un poeta: “Solo marco las horas felices”.
Y es cierto. Las acciones y horas felices enriquecen el corazón, siguen vivas a pesar del paso del tiempo, se aparecen en las pintorescas calles de Ibarra y para regocijo del alma, recuerdan que tal como en esos pueblitos franceses que lo inspiraron, aún siguen naciendo las hadas.
Fuentes consultadas:
- Diario Pregón de Bolívar de 1947. Gentileza Raúl Peret de “La Revista de Archy”.
- Cabreros, Oscar. Después de las lanzas. Editorial Corregidor. 1991.
- Archivo Histórico de la Ciudad de Bolívar.
- Entrevistas a los pobladores de Ibarra Jorge Pérez, Olga Gourdon, Marina Martín, Adriana Porcaro, Mirta Farace.
- Peppino Barale, Ana María. Paula Ibarra Florido. Identidad relegada. 2011.